Cuando el paisaje interior se convierte en horizonte. Un umbral quieto, casi sagrado, en el que el cielo y el mar parecen ser lo mismo.
Un instante que invita a entrar despacio, a dejar que el color envuelva, que el silencio acomode, que la mirada descienda a su propio fondo.
Un encuentro con ese lugar donde todo se ordena sin apuro, donde uno puede volver a sí misma sin ruido, sin prisa, sin miedo.
Es un refugio en movimiento, espejo y océano.
Un recordatorio de que, incluso en los días más densos, siempre existe un mar interno que sabe calmarlo todo.
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Cuando el paisaje interior se convierte en horizonte. Un umbral quieto, casi sagrado, en el que el cielo y el mar parecen ser lo mismo.
Un instante que invita a entrar despacio, a dejar que el color envuelva, que el silencio acomode, que la mirada descienda a su propio fondo.
Un encuentro con ese lugar donde todo se ordena sin apuro, donde uno puede volver a sí misma sin ruido, sin prisa, sin miedo.
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